Miles de veces mis padres me habían advertido que no me acercara “Alejandra ese sitio es peligroso, no te queremos cerca del”, refunfuñaban con sus voces flemáticas, pero no podía evitarlo, estaba embelesada por la belleza del mismo, con su inmensa cascada de lucero que caía furiosa como el llanto de un recién nacido en las frías aguas diamantinas de un azul fluorescente que hacían a los cielos parecer opacos, enmarcada con la tentadora y peligrosa orilla rocosa cubierta de musgo jade. En definitiva, todo un edén en la tierra. Aprovechando que tenía que sacar a pasear a Sofía -mi perro-, desobedecí las disposiciones de mis progenitores y ronde cerca de los andares de aquel cumulo de belleza. Tan ensimismada me encontraba por la hermosura de la naturaleza de la laguna que no empleé la fuerza suficiente en la correa que sostenía a Sofí, y la muy pilla se soltó de la cadena y como alma que lleva el diablo se dirigió justo enfrente de la orilla del lago, yo no había querido acercarme tanto, podría haber sido rebelde pero no era estúpida, sabia lo resbaladizas que eran las rocas y que podría caerme, pero en ese momento no me importo, corrí desbocada tras Sofí, llamándola a todo pulmón. Amaba a ese perro, era una golden retriever, y como su raza lo decía su cabellera era dorada como el oro, la había tenido desde que era una cachorrita.
Sofí se detuvo enfrente del lago que lucía más oscuro de lo normal, encima de una de las musgosas rocas, la cascada abatiendo atrás, y sus negros ojos me llamaron invitantes. Me apresure a ella y en eso me resbale, cayendo en las frías y turbulentas aguas, ahogándome en mi mentira.
