Aquí les traigo la segunda parte del cuento, realmente la musa ha estado a mi favor y la escritura se me ha dado de forma fluida, simplemente no logro sacarme de la cabeza a estos personajes. Sí disfrutaron de la primera parte que esta aquí por si no la ven XD, seguro les encantara esta. Estén pendientes cada viernes que aún queda más de esta historia.
Segunda parte.
El edificio azul, en la
calle sesenta con avenida setenta y siete.
El edificio azul, en la
calle sesenta con avenida setenta y siete.
El edificio azul, en la
calle sesenta con avenida setenta y siete.
Su
dirección estaba esculpida en mi mente, permanecía constantemente alerta por si
la nombraban en la radio para tomar la carrera, así no fuera ella la que había
llamado, había una pequeña probabilidad de que lo fuera.
Varías
veces fui en vano, viéndome decepcionado de que mi pasajero no era ella. En una
ocasión fue un hombre que aparte de que pasó todo el viaje despotricando
contra el gobierno, al final discutió por el costo y me pagó menos de lo que
valía el traslado. En otra, fue una mujer digna de aparecer en un Botero que además,
no parecía conocer lo que era el silencio.
Nunca
me molestó que un viajero hablara, más bien sentía que mi personalidad taciturna
y soñadora los invitaba a compartir sus confidencias, y en vez de opinar solía
hacer ruidos de afirmación cuando el momento lo ameritaba.
Pero
hoy la única voz que mi cuerpo exigía oír; era la de aquella soprano salida de
mis más pecaminosas fantasías.
Otra
llamada de aquel edificio azul, la tomé, pero no me hacía muchas ilusiones, me
sentía en el fondo de un barranco en el cual ni alcanzaba a ver la cima. Sin
luz, sin salida.
Esperé
sin esperar nada, en frente de la residencia una mujer con una carriola de bebe
se acercaba al carro, una imagen que debería ser de lo más encantadora a mí se
me antojaba antipática y descorazonada; y ahí, justo cuando empezaba a creer
que lo de ayer había sido un espejismo, una ilusión de esperanza de una
necesitada y depresiva mente hundida en la oscuridad, ella aparece a paso
lento, va tras la mujer de la carriola que no llega hasta el carro sino que
sigue paseando por la calle.
Se
ve hermosa, lleva puesto su disfraz de santa, un largo vestido manga larga azul
que no enseña nada de su devastadora figura. Entra rápido en el coche, otra vez
se dirige a la universidad.
Vuelve a
hacer su rutina de stripper, debajo de su largo manto lleva un increíble vestido
carmesí ceñido al cuerpo, parece una vampiresa en busca de su presa, su piel
reluce como satén, el vestido le llega hasta la mitad de los muslos,
remarcándolos como carreteras por las que las manos quieren transitar y
perderse bajo el espesor de su suave tela, unas botas marrones complementan su
atuendo.
–
Lamento el espectáculo. Es que mi madre
es muy mojigata y no le gusta que vaya ligera de ropa a la calle. – Es la primera
vez que se dirige directamente a mí, sus palabras son el regalo del
conocimiento, ya no somos dos extraños compartiendo el mismo cielo, ahora sé
algo de ella, algo de su vida, es como una fortuna para un vagabundo. Por otro
lado no podía estar más de acuerdo con su madre. Ese pequeño duendecillo
malvado es la viva imagen de la provocación.
Saca
un estuche de maquillaje y empieza a empolvarse el rostro, muchas mujeres al
maquillarse terminan por desvirtuar su belleza, por robarse a si mismas su
esencia natural, pero ella no, da pequeños toques, murmullos sobre su rostro,
resaltando la obra de dios. Se impulsa hacia delante del carro, tratando de
acercarse más al espejo retrovisor. Del escote de su vestido cuelga el carnet
de la universidad, puedo leer su nombre “Scarlett”, lo saboreo en mis labios, lo pronuncio de
forma inaudible.
– Eres muy joven –, comenta mirándome con esos
insondables ojos. Me está escaneando, espero no verme demasiado mal.
No soy un modelo de ropa interior pero nunca he provocado los suspiros de las
chicas, ni se desmayan a mi paso, soy delgado de forma atlética, estatura
media, con un cabello oscuro y largo con tendencia a desordenarse y unos ojos
castaños ocultados tras unos lentes que son la factura que me pasaron tantas horas
de pintar a media luz.
– Tengo 23 años –. Respondo en voz baja, un
poco más nervioso de lo que debería estar.
Toma
un labial rojo sangre y se lo pasa por los labios, son exuberantes, llenos y
suaves. Labios para besar. Me los imagino recorriendo la desnudez de mi cuerpo,
susurrando besos por doquier. Besos en la boca, profundos y devastadores,
nuestras bocas desgarrándose en deseo, suspiros de placer ahogados, su aliento
cálido y apresurado se mezcla con el mío.
Besos pequeños y juguetones esparcidos por mi
torso, bajando por mi abdomen, su cabeza entre mis piernas, esos cálidos y
generosos labios saben bien qué hacer. Mi pulso se acelera, el calor me
envuelve como ataduras, ella termina de pintarse la boca y me sonríe, dientes
blanquísimos son revelados, pequeños diamantes en un cofre.
Llegamos
a la universidad, me paga. Pero esta vez se despide con un cálido:
–
Hasta luego.
–
Hasta luego, Scarlett – Me despido una vez que ella cierra la puerta del coche.
Al
bajarse del coche se encuentra con otra chica, su pelo es largo y oscuro como
ríos de tinta negra, lleva puesto unos pantalones cortos y una camisa suelta,
piel morena, ojos azules. Son como el día y la noche encontrando al crepúsculo. Se saludaron, la chica de oscura cabellera pasa su brazo por los hombros de
ella y caminan juntas al complejo universitario.
Una
antigua y olvidada sensación tomó el control de mí, un cosquilleo en mis manos
“¡Tengo que pintar!”.
¡Al
diablo el trabajo! A toda velocidad manejo hacia mi casa, pero primero hago una
pequeña parada en la tienda, compro lienzo y pintura, también paso por la
tienda de delicatesen, vino tinto, el más caro, queso roquefort y pan. El sueldo
de un mes desaparece.
Ya
en mi casa dejó que me lleve la marea de la inspiración, una dama muy voluble
que cuando llega o navegas, o te conviertes en un naufragio a la orilla de una
playa.
La
pinto como la imagino. Desnuda, piel blanca como la crema con pequeñas pecas
adornándola tal las flores a un campo. Su sexo liso y sin vello, sus pezones
rosados y tentadores, pecas privadas, escondidas de la luz del sol pero no de
mi pincel.
La
contemplo por un rato, es la única figura en el lienzo, un fantasma surcando
entre la niebla. Luego cubro su trémula carne con plumas rojas, llamas de fuego
a su alrededor, está encendida, consumida por el fuego de mi pasión.
Termino
el cuadro, ya es entrada la noche, mi ropa y piel están manchadas de pintura.
Tomo una copa de cristal y me sirvo el vino. Líquido escarlata como su nombre,
quiero consumirla, beberla como éste licor, saborearla, que su aroma se cuele
por mi nariz, estar ahogado en ella, rodeado por ella. Pico un pedazo de queso
y de pan.
Si
quiero tomar vino y comer un mal oliente queso caro, lo haré. Lo
haré aquí, junto a ella.
Levanto
la copa y brindo hacia su retrato. Mi ave Phoenix, la que me hizo renacer de
las cenizas.