viernes, 31 de agosto de 2012

Cuento: "En los columpios".



Andando por la web me encontré una imagen que simplemente me llamaba, la guarde, la imprimí y termine escribiendo este cuento sobre ella. Espero que lo disfruten y comenten que les pareció. 

En los columpios



En medio de la tranquilidad del campo de batalla se encontraba él, derribado en el suelo, cubierto de pólvora, de arena, del sonido de los apagados cañones, de los recuerdos de todos sus amigos.

Había terminado la guerra y en la lejanía se podían escuchar los gritos de la celebración, pero él estaba ahí, quieto en el campo, preguntándose “¿Qué coño celebraban?”, bien sabía él que este sólo era el fin de uno de los tantos capítulos de la guerra.

¿Para qué celebrar? Nadie recobraría su vida, nadie regresaría a casa, nadie y menos él. Con su regreso sólo retornaría un espejismo junto con los fantasmas de lo que había vivido.

El tiempo pasó, adormilándolo, sumergiéndolo en las aguas oníricas, lejos de su realidad. El sonido de una riza lo despertó, miro a su alrededor buscando su origen. No había nadie a su en su cercanía, sólo la desierta tierra carcomida por las bombas.

Cuando se convenció de que todo fue un producto de su imaginación, la risa se escucho nuevamente.

Siguió el sonido sin saber muy bien porque, encontrándose en medio de la muerta tierra un columpio y a una niña balanceándose en él. Su cabello corto y pulcro, una ropa fina y delicada que contrastaba con el caos de su entorno. Arriba y abajo se balanceaba, llegando cada vez más alto, cayendo cada vez más rápido, viviendo en el cielo y la tierra.

Rizas de goce flotaban en el viento. Él pestañeo, abrió los ojos y la niña había desaparecido junto con el campo de batalla. Ahora él estaba solo, en un campo de juegos. 

jueves, 16 de agosto de 2012

Reseña: The golden lily de Richelle Mead.

Sinopsis:


Sydney Sage es una Alquimista, una del grupo de humanos que están en la magia y sirven de puente entre el mundo de los humanos y de los vampiros. Ellos protegen el secreto de los vampiros y las vidas humanas.

A Sydney le encantaría ir a la universidad, pero en su lugar es enviada a ocultarse a un internado de lujo en Palm Springs, California. Con la tarea de proteger a la princesa moroi Jill Dragomir de los asesinos que quieren llevar a la corte moroi a una guerra civil. Anteriormente en desgracia, Sydney es ahora elogiada por su obediencia y lealtad. Además de ser presentada como ejemplo de una alquimista modelo.

Pero entre más se acerca a Jill, Eddie y especialmente Adrian, más se cuestiona sus antiguas creencias Alquimistas, su idea de familia y el sentido de lo que significa verdaderamente pertenecer. Su mundo se vuelve incluso más complicado cuando experiencias mágicas muestran que Sydney puede ser la clave para prevenir la transformación a Strigoi –los vampiros más feroces que no mueren. Pero es su miedo a ser justamente eso, especial, mágica, poderosa lo que la asusta más que nada. Igualmente desalentar es su romance con Brayden un lindo e inteligente chico que parece ser su igual en cada aspecto. Aun así tan perfecto como parece, Sydney se encuentra a sí misma atraída por alguien más… alguien prohibido.

Cuando un impactante secreto pone en peligro el mundo de los vampiros, la lealtad de Sydney es puesta a prueba mucho más que antes. Ella se pregunta cómo debe equilibrar la balanza entre los principios y dogmas que le han enseñado y lo que sus instintos le dicen.

¿Debería confiar en los Alquimistas… o en su corazón?

Mi opinión: 

Advertencia puede tener spoilers del libro anterior. 

He leído muchas reseñas sobre este libro y debo decir que no he estado de acuerdo con prácticamente ninguna, muchos se quejan de que ciertas cosas en el libro avanza con lentitud y que no fue muy innovador, yo por mi parte no estoy desacuerdo.

Disfrute mucho la lectura de este libro, que bueno que espere para leer el primero así casi de inmediato tuve este entre mis manos. 

Creo que ya mencione con anterioridad que me encanta el personaje de Sydney, es un personaje diferente a todos los que ha escrito Richelle, pero creo que hay que dejar una cosa en claro, como ella se siente hacia los vampiros, hacia la magia, es una aserción tan profunda que ha sido marcada dentro de ella desde su niñees, la criaron de esa forma, es racismo, no es algo que de a la mañana ella puede vencer porque simpatizar hacia esas cosas va encontrar de todo lo que siempre ha creído.

Por lo cual creo que muchos tildan la historia de lenta. No, no es lenta, debe ir de esa forma porque el personaje de Sydney debe luchar contra si misma y evolucionar poco a poco. 

Con Adrian... Pues siempre he sido Team-Adrian, pero la aparición de Dimitri la encuentro necesaria, una forma de limar asperezas y a la vez de tener un vistazo de los personajes de VA, también ame las escenas Dinka vs Adrian.



Un nuevo mundo nos es revelado, algo diferente a los vampiros, a los strigoi, a los alquimistas, algo más radical y violento. 

Jill y Eddie por su parte toman más protagonismo en esta entrega, junto con nuevos personajes que le sacaran más de una carcajada.

El final OMFG!! yo realmente en un momento me lo vi venir, pero no por eso dejo de sorprenderme, apasionarme y dejarme como loca suspirando por la próxima entrega. 



Mi valoración: 



Próximas reseñas: 



¿Qué les pareció la reseña? ¿Les interesa leer el libro o ya los leyeron?

¿Por cual de las próximas reseñas están más deseos@s?









jueves, 9 de agosto de 2012

A través del retrovisor 5ta parte



Como dicen por ahí "Mejor tarde que nunca", espero de verdad a quienes la hayan esperado disculpen la tardanza. No sólo tuve muchos inconvenientes y fata de tiempo para escribir, es que también esta parte a continuación es una de las más importantes y le puse mucho empeño. Espero que les guste y a los que no han leído nada de esta historia aquí están la primera, segunda, tercera y cuarta parte.

Muchas gracias a todos aquellos que se toman un minuto de su tiempo para leer mis locuras y pasarse por mi galaxia. 


***


Ella me miraba desde el papel, y si movía rápidamente las hojas sus dulces labios se alzaban en una sonrisa. ¿Cuántos días habían pasado desde nuestro último encuentro? Uno… Dos… Tres... No lo sabía ni me importaba ¡Ya era demasiado! Necesitaba otra ración de ella. Ni siquiera sus retratos podían generar una leve evocación del efecto que su presencia creaba en mí. 

Tire mi cuaderno de bocetos al piso, salí de la casa y me monte en el carro con la fija idea de hallarla. El crepúsculo se cernía sobre la ciudad y las nubes avisando una pronta lluvia opacaban las bellas luces del atardecer. 

Conduje hasta su casa y allí espere como Romeo que mi trágica Julieta se asomara en algún ventanal. Después de largos minutos infructuosos empecé a deambular por los alrededores buscándola. Mis manos temblaban ansiosas y mis labios alzaban un rezo silencioso a su presencia.

La lluvia empezó a caer como un pesado manto sobre la ciudad, que tras poco tiempo comenzó a parecerse a la Atlántida, un reino perdido y olvidado, solo bajo las olas. El nivel del agua en las calles aumento de tal manera que sería dañino para el carro, así que di la vuelta para regresar a casa cuando la vi, sentada en una banca de un parque, la lluvia la golpeaba inclemente tratando de derrumbarla como a un castillo de arena. Detuve el carro frente de ella y bajé el vidrio.

-¡Hey! ¿Necesitas que te lleven?

Levanto el rostro lentamente, su maquillaje estaba corrido, su cara suplicaba por partes iguales castigo y misericordia. Sin mediar palabra se levanto y entro en el auto, apague el aire acondicionado, aumente la calefacción a la vez que me quitaba la chaqueta y tomaba unas toallitas húmedas de la guantera. Me volteé y se las entregue.

- Toma, ponte esto, debes estar congelándote. Límpiate la cara – Me miró, pareciendo más joven que nunca, y por un segundo pensé que su cara estaba empapada de lágrimas en vez de agua de lluvia.

Me agradeció, tomó la chaqueta y empezó a limpiarse el rostro. Parecía un ángel arrancado del cielo arrojado directamente al océano. Manejé lentamente esperando que el agua no estuviera haciendo de las suyas con mi carro.  Di un vistazo a la parte trasera del carro para chequear a Scarlett, había tenido razón sobre el llanto. De sus ojos caían lágrimas lentamente, de esas llenas de dolor que por más que intentas retenerlas en tu interior logran encontrar la salida. Ojos empapados, una fotografía del pasado, esos ojos y esas lágrimas también las tuve yo, las tuve cuando entre mis manos sostuve la carta que negaba todo mi trabajo, todo lo que yo era, que me negaba a mí. La carta que negaba mi beca en Francia.

Ignorando lo que había visto, dejándola acoger su dolor en privado trate de apresurarme y llevarla a su casa pero el agua no me permitía continuar moviéndome, detuve el carro bajo un farol. Escuche un sollozo ahogado sin control. No pude aguantar más. Me volteé y de la manera en que siempre quise tomé su rostro entre mis manos, su piel estaba helada, suave y pálida asemejándose al papel, como si fuera a romperse bajo la mínima caricia. Enjuagué sus lágrimas y la obligué a mirarme, uno frente al otro, ningún cristal interponiéndose entre los dos, quería sumergirme en sus ojos y robar de ellos el liquido dolor que los ahogaba.

-No les des esto. Ya les diste tu amor, no les des tu sufrimiento también.

Perpleja, me contempló como un venado encandilado por los faroles de un auto y entonces se abalanzó sobre mí, besándome hambrienta y desmedida. Sus labios despedían el sabor salado de las lágrimas y la sensación refrescante del agua fría de lluvia. Sorprendido, traté de hacerme para atrás, pero ella me siguió traspasando los asientos delanteros hasta estar al frente del auto conmigo. La separé de mí a pesar de que una voz en mi interior gritaba que era un maldito idiota. Nuestros labios a centímetros, nuestra respiración desbocada.

-¿Qué estás haciendo? – Le pregunté con la voz ronca de pasión. Enganchó su mirada en la mía y casi en un susurro dijo:

- Lo necesito.

¡Caso cerrado! Era yo quien la besaba ahora. Una parte de mi cerebro exclamaba que me estaba aprovechando de ella pero era acallada por el resto de mí ser que solo pedía que no la alejara nunca más.

Sus labios estaban cálidos ahora y se movían sobre los míos como los aleteos de un ave. Abracé su delgado cuerpo contra el mío, ella se sentó a horcadas sobre mi dorso. Las manos me cosquillaban, por fin estaba tocándola. Mis manos viajaban por sus piernas levantándole el empapado vestido hasta sacárselo por la cabeza. Su piel era terciopelo entre mis dedos.
Empezó a desabotonarme la camisa pero a mitad del proceso se exasperó y la desgarró, reventando el resto de los botones. Desabrochó mis jeans bajándolos junto a mis bóxers hasta las rodillas, le saqué la ropa interior y ella se estiró para buscar un condón en su cartera.
Esto era todo, estábamos listos, ahí desnudos justo en el mismo lugar donde la vi por primera vez, estaba hermosa entonces y ahora, no habían palabras para descubrir la belleza de su desnudes. El silencio se extendía a nuestro alrededor, nada más resonando el palpitar de nuestros corazones al ritmo de la lluvia que impactaba en el techo del vehículo.

-Mi nombre es Mario. – Le dije y bajé sus caderas hasta mí, irrumpiendo entre los mares de sus piernas. Uniéndonos en su estrecha calidez.

Un grito se escapó de nuestras bocas, estruendoso como los relámpagos en la lluvia. Ella se balanceaba sobre mí tomando el control con un ritmo castigador e implacable, mientras yo me concentraba en devorar la piel de su cuello. Su sabor era un embrujo en mi paladar, fui llenándola de besos haciendo un camino descendente hasta sus pechos sonrosados, llevé su pezón a mi boca y lo succioné con deleite, mordisqueándole un poco. Ella bramó un gemido y me tomó con más fuerza. Esta vez el que gimió fui yo. Nos hallábamos en frenesí, nuestros cuerpos al unísono en una sinfonía melodiosa.

Yo la amaba. Amaba sus formas, sus maneras, lo poco que la conocía y lo mucho que lo hacía. Mi musa del pecado. Ella cerraba sus ojos consumida por las llamas de la pasión que nos envolvía. Yo tomo sus cortos cabellos y la obligué a abrir los ojos y mirarme.

-Di mi nombre – Le ordené. Sus ojos estaban muy lejos de mí, me miraban confundidos, fuera de todo entendimiento. - ¡Di mi nombre! –. Repetí, acentuando cada palabra con una fuerte envestida en su interior. Ella no respondía, trató de deshacer mi agarre pero la sostuve con mayor fuerza. - ¡Dilo!

- Mario –. Aulló mientras se dejaba llevar por la corriente del orgasmo, desatando con eso mi propio placer.

Nos quedamos quietos y sudorosos estremeciéndonos con las últimas convulsiones haciendo estragos dentro de nosotros. El carro estaba viciado con el aroma del sexo y la lujuria. Afuera había dejado de llover y la realidad cobraba vida de nuevo.  
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