Como dicen por ahí "Mejor tarde que nunca", espero de verdad a quienes la hayan esperado disculpen la tardanza. No sólo tuve muchos inconvenientes y fata de tiempo para escribir, es que también esta parte a continuación es una de las más importantes y le puse mucho empeño. Espero que les guste y a los que no han leído nada de esta historia aquí están la primera, segunda, tercera y cuarta parte.
Muchas gracias a todos aquellos que se toman un minuto de su tiempo para leer mis locuras y pasarse por mi galaxia.
***
Ella me
miraba desde el papel, y si movía rápidamente las hojas sus dulces labios se
alzaban en una sonrisa. ¿Cuántos días habían pasado desde nuestro último
encuentro? Uno… Dos… Tres... No lo sabía ni me importaba ¡Ya era demasiado!
Necesitaba otra ración de ella. Ni siquiera sus retratos podían generar una
leve evocación del efecto que su presencia creaba en mí.
Tire mi
cuaderno de bocetos al piso, salí de la casa y me monte en el carro con la fija
idea de hallarla. El crepúsculo se cernía sobre la ciudad y las nubes avisando
una pronta lluvia opacaban las bellas luces del atardecer.
Conduje
hasta su casa y allí espere como Romeo que mi trágica Julieta se asomara en
algún ventanal. Después de largos minutos infructuosos empecé a deambular por
los alrededores buscándola. Mis manos temblaban ansiosas y mis labios alzaban
un rezo silencioso a su presencia.
La lluvia
empezó a caer como un pesado manto sobre la ciudad, que tras poco tiempo
comenzó a parecerse a la Atlántida, un reino perdido y olvidado, solo bajo las
olas. El nivel del agua en las calles aumento de tal manera que sería dañino
para el carro, así que di la vuelta para regresar a casa cuando la vi, sentada
en una banca de un parque, la lluvia la golpeaba inclemente tratando de
derrumbarla como a un castillo de arena. Detuve el carro frente de ella y bajé
el vidrio.
-¡Hey!
¿Necesitas que te lleven?
Levanto el
rostro lentamente, su maquillaje estaba corrido, su cara suplicaba por partes
iguales castigo y misericordia. Sin mediar palabra se levanto y entro en el
auto, apague el aire acondicionado, aumente la calefacción a la vez que me
quitaba la chaqueta y tomaba unas toallitas húmedas de la guantera. Me volteé y
se las entregue.
- Toma,
ponte esto, debes estar congelándote. Límpiate la cara – Me miró, pareciendo
más joven que nunca, y por un segundo pensé que su cara estaba empapada de lágrimas
en vez de agua de lluvia.
Me
agradeció, tomó la chaqueta y empezó a limpiarse el rostro. Parecía un ángel
arrancado del cielo arrojado directamente al océano. Manejé lentamente
esperando que el agua no estuviera haciendo de las suyas con mi carro. Di un vistazo a la parte trasera del carro
para chequear a Scarlett, había tenido razón sobre el llanto. De sus ojos caían
lágrimas lentamente, de esas llenas de dolor que por más que intentas
retenerlas en tu interior logran encontrar la salida. Ojos empapados, una
fotografía del pasado, esos ojos y esas lágrimas también las tuve yo, las tuve
cuando entre mis manos sostuve la carta que negaba todo mi trabajo, todo lo que
yo era, que me negaba a mí. La carta que negaba mi beca en Francia.
Ignorando
lo que había visto, dejándola acoger su dolor en privado trate de apresurarme y
llevarla a su casa pero el agua no me permitía continuar moviéndome, detuve el
carro bajo un farol. Escuche un sollozo ahogado sin control. No pude aguantar
más. Me volteé y de la manera en que siempre quise tomé su rostro entre mis
manos, su piel estaba helada, suave y pálida asemejándose al papel, como si
fuera a romperse bajo la mínima caricia. Enjuagué sus lágrimas y la obligué a
mirarme, uno frente al otro, ningún cristal interponiéndose entre los dos,
quería sumergirme en sus ojos y robar de ellos el liquido dolor que los
ahogaba.
-No les des
esto. Ya les diste tu amor, no les des tu sufrimiento también.
Perpleja,
me contempló como un venado encandilado por los faroles de un auto y entonces
se abalanzó sobre mí, besándome hambrienta y desmedida. Sus labios despedían el
sabor salado de las lágrimas y la sensación refrescante del agua fría de
lluvia. Sorprendido, traté de hacerme para atrás, pero ella me siguió
traspasando los asientos delanteros hasta estar al frente del auto conmigo. La
separé de mí a pesar de que una voz en mi interior gritaba que era un maldito
idiota. Nuestros labios a centímetros, nuestra respiración desbocada.
-¿Qué estás
haciendo? – Le pregunté con la voz ronca de pasión. Enganchó su mirada en la
mía y casi en un susurro dijo:
- Lo
necesito.
¡Caso
cerrado! Era yo quien la besaba ahora. Una parte de mi cerebro exclamaba que me
estaba aprovechando de ella pero era acallada por el resto de mí ser que solo
pedía que no la alejara nunca más.
Sus labios
estaban cálidos ahora y se movían sobre los míos como los aleteos de un ave.
Abracé su delgado cuerpo contra el mío, ella se sentó a horcadas sobre mi
dorso. Las manos me cosquillaban, por fin estaba tocándola. Mis manos viajaban
por sus piernas levantándole el empapado vestido hasta sacárselo por la cabeza.
Su piel era terciopelo entre mis dedos.
Empezó a
desabotonarme la camisa pero a mitad del proceso se exasperó y la desgarró, reventando
el resto de los botones. Desabrochó mis jeans bajándolos junto a mis bóxers hasta
las rodillas, le saqué la ropa interior y ella se estiró para buscar un condón
en su cartera.
Esto era
todo, estábamos listos, ahí desnudos justo en el mismo lugar donde la vi por
primera vez, estaba hermosa entonces y ahora, no habían palabras para descubrir
la belleza de su desnudes. El silencio se extendía a nuestro alrededor, nada
más resonando el palpitar de nuestros corazones al ritmo de la lluvia que
impactaba en el techo del vehículo.
-Mi nombre
es Mario. – Le dije y bajé sus caderas hasta mí, irrumpiendo entre los mares de
sus piernas. Uniéndonos en su estrecha calidez.
Un grito se
escapó de nuestras bocas, estruendoso como los relámpagos en la lluvia. Ella se
balanceaba sobre mí tomando el control con un ritmo castigador e implacable,
mientras yo me concentraba en devorar la piel de su cuello. Su sabor era un
embrujo en mi paladar, fui llenándola de besos haciendo un camino descendente
hasta sus pechos sonrosados, llevé su pezón a mi boca y lo succioné con deleite, mordisqueándole un poco. Ella bramó un gemido y me tomó con más fuerza. Esta
vez el que gimió fui yo. Nos hallábamos en frenesí, nuestros cuerpos al unísono
en una sinfonía melodiosa.
Yo la
amaba. Amaba sus formas, sus maneras, lo poco que la conocía y lo mucho que lo hacía.
Mi musa del pecado. Ella cerraba sus ojos consumida por las llamas de la pasión
que nos envolvía. Yo tomo sus cortos cabellos y la obligué a abrir los ojos y
mirarme.
-Di mi
nombre – Le ordené. Sus ojos estaban muy lejos de mí, me miraban confundidos,
fuera de todo entendimiento. - ¡Di mi nombre! –. Repetí, acentuando cada
palabra con una fuerte envestida en su interior. Ella no respondía, trató de
deshacer mi agarre pero la sostuve con mayor fuerza. - ¡Dilo!
- Mario –.
Aulló mientras se dejaba llevar por la corriente del orgasmo, desatando con eso
mi propio placer.
Nos
quedamos quietos y sudorosos estremeciéndonos con las últimas convulsiones
haciendo estragos dentro de nosotros. El carro estaba viciado con el aroma del
sexo y la lujuria. Afuera había dejado de llover y la realidad cobraba vida de
nuevo.
Un capitulo muy muy muy sexoso x/////x pero me gustó muchísimo xDD demasiado intenso (al menos para mí XDDD)
ResponderEliminarValla !!! creo que 50 sombras de Grey quedara para el olvido, realmente muy bueno Pau !!
ResponderEliminarBesos
hace poco me encontré con tu blog.... hermoso Blog, muy buen trabajo. Saludos!
ResponderEliminarAaa tampoco como las 50 sombras de perversión xD
ResponderEliminarArmando ya me paso por tu blog gracias por el comentario.
Este me encanto!! xD
ResponderEliminarYa era hora jajaja
Bueno, voy a ver si has hecho continuacion ^-^